Introducción

El año que terminó pasará a la historia como un año de transición. En efecto, después de tres años consecutivos de desaceleración económica, la economía colombiana inició un proceso de recuperación de la mano de factores como la moderación de la inflación, la reducción de las tasas de interés domésticas, la mejora en los precios internacionales del petróleo y una incipiente diversificación de exportaciones –incluyendo un buen desempeño del sector de turismo–.

En general, las expectativas que habíamos tenido para este año se cumplieron. En atención a una posible inflación de activos y una inflación al consumidor ampliamente por encima de la meta del 2%, la FED en los Estados Unidos continuó elevando sus tasas de interés y proponiendo cuatro aumentos en lugar de tres. Esto hizo que el dólar a nivel mundial, contrario a lo que muchos analistas habían anticipado, se fortaleciera. Por otra parte, y a pesar del fuerte incremento en la producción de petróleo por parte de los Estados Unidos, el mercado mundial de petróleo presentó por segundo año consecutivo un déficit de producción que impulsó al alza el precio del crudo.

La gran sorpresa estuvo relacionada manejó sus discrepancias comerciales con China. Si bien existen múltiples razones para que las autoridades norteamericanas rechacen muchas de las prácticas comerciales de la segunda economía del mundo, el aumento de aranceles y la respuesta inmediata y proporcional de China han deteriorado las expectativas de crecimiento del comercio global. Incluso, el presidente Trump llegó a amenazar con retirarse de la Organización Mundial de Comercio, lo que representaría un enorme riesgo para el comercio mundial, pues legitimaría la política de imposición arbitraria de aranceles por parte de la mayor economía del mundo.

Otro de los elementos que ha llamado la atención es la desaceleración tanto del crecimiento, con la notable excepción de la economía de los Estados Unidos, como del comercio mundial que hemos visto en este año. Como es conocido, la zona euro creció a tasas más bajas en el primer semestre de este año que en el segundo semestre del año pasado. El Fondo Monetario Internacional (FMI) reconoció esta circunstancia al estimar para 2018 un crecimiento del 3.7% en el PIB mundial, cifra inferior al 3.8% alcanzado en 2017. Es posible que la guerra comercial haya contribuido a esta situación vía la incertidumbre generada en relación con la localización de las inversiones y los pedidos para exportación en países señalados de tener superávits comerciales con los Estados Unidos. También ha tenido un papel importante en este proceso el crecimiento de los precios del petróleo que hemos documentado anteriormente. En efecto, el incremento en el precio de este insumo pudo haber inducido una caída en los términos de intercambio en los países importadores y por lo tanto pudo haber propiciado una desaceleración en su crecimiento. Finalmente, el aumento de las tasas de interés en Estados Unidos ha tenido impactos negativos sobre economías con grandes déficits fiscales y necesidades de financiamiento. Argentina, Brasil, Turquía e Indonesia, entre otros, han visto devaluar sus monedas de manera significativa y se espera que estas economías continúen moderando sus crecimientos en los próximos meses.

En medio de esta turbulencia, Colombia ha mostrado cierta estabilidad constituyéndose en uno de los emergentes con  menos devaluación en lo corrido del año. Esta circunstancia se debe, entre otras razones, a que nuestros dos principales productos de exportación, el petróleo y el carbón, han sido dos de los commodities de mejor comportamiento en el último año y medio. En consecuencia, el déficit en cuenta corriente se ha mantenido bajo control.

Con cierto grado de confianza, la economía colombiana continuará mejorando su dinamismo durante 2019, impulsada, principalmente, por la presencia de tasas de interés moderadas y por una recuperación del optimismo empresarial y del consumidor. Entre los factores que deberán imprimir un mejor desempeño a la economía el próximo año se encuentran la recuperación del sector de la construcción
de edificaciones, que de caer un 4% en 2018 pasará a crecer un 1%, y la dinámica del sector de obras civiles que se verá beneficiada, entre otras razones, por las obras de infraestructura necesarias para superar la crisis desatada por la emergencia en la represa de Hidroituango
y por el dinamismo que generarán los mandatarios locales en su último año de gobierno.

Sin embargo, algunos factores restarán impulso a la dinámica productiva: por una parte, el crecimiento mundial está perdiendo fuerza a raíz de los fenómenos comentados anteriormente. Por otra, tal como exponemos en la próxima sección, algunos de los elementos de la reforma tributaria presentada por la nueva administración pueden disminuir el consumo de los hogares. Si bien el balance entre incentivos al crecimiento de la inversión frente a los incentivos al consumo es mucho más equilibrado que las reformas aprobadas en el gobierno anterior, algunas medidas pueden deteriorar el crecimiento vía la reducción en la confianza y el ingreso de los hogares. En particular la extensión del IVA a la canasta básica deberá tener algún impacto depresor.

Sobre el tema fiscal y sus impactos, bien vale la pena detenerse un poco. La reforma tributaria de 2016 (Ley 1819) aumentó la tarifa del IVA generando recursos por cerca de un punto del PIB en forma permanente. Sin embargo, al acabar con el impuesto a la riqueza  reducir
la tarifa de impuesto de renta para personas jurídicas fue generando un faltante fiscal prácticamente equivalente a lo producido con el mayor recaudo del IVA. La inversión pública consistente con la realidad tributaria que dejó la Ley 1819 significaría erogaciones muy inferiores al promedio histórico de este tipo de gasto en nuestro país. En buena hora se han planteado entonces nuevas medidas fiscales
(Ley de Financiamiento), a las que haremos referencia posteriormente, y cuya trascendencia en el tiempo podría ser, aparentemente, mayor.

Consideramos que la aprobación de estas medidas fiscales podría significar una importante reducción en los niveles de riesgo país y constituirse en un factor diferenciador significativo frente a otras economías emergentes, con el consecuente impacto sobre tasa de cambio y valorización de la deuda pública.

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